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Autor: Vicent Sales Mateu, Vicepresidente de la Diputación de Castellón
En el pleno de septiembre en que se debatió sobre la retirada de la cruz de Ribalta por parte del ayuntamiento de Castellón, la portavoz popular, Begoña Carrasco, hizo referencia a la división en «pastores y borregos» que el politólogo Víctor Lapuente utiliza para clasificar a los políticos.
Dice que los nuevos políticos concentran sus esfuerzos en los temas que fracturan a la sociedad en dos bandos para dejar claro que ellos líderan uno de esos bandos. Cuando más se hable de lo que divide a los ciudadanos y menos de lo que nos une, mejor.
El político «pastor» lidera en los retos que unen a la mayor parte de la sociedad. El político «borrego» no sabemos que edad de jubilación propone, pero sí qué monumentos quiere retirar de las plazas públicas, o que himnos han de sonar o no en las festividades locales, autonómicas o nacionales.
El político borrego también decide que la cruz de Ribalta es un símbolo franquista. Da igual que el Ayuntamiento de Castellón en 1979 decidiera resignificar el monumento en homenaje a las víctimas de la violencia, desnudarlo de sus connotaciones primitivas para convertirlo en un monumento de concordia y convivencia.
Del mismo modo el político borrego es aquel que da la orden a la Banda Municipal en junio del 2015 que no vuelva a tocar el Himno de España en ninguna procesión religiosa rompiendo una tradición no escrita, pero sí arraigada, no sólo en Castellón sino en prácticamente toda España.
Y ya para más inri el político borrego es aquel que el Día de la Comunitat Valenciana, decide que no se toque el Himno de la Comunitat Valenciana. Que no suene el himno que los valencianos estatutariamente tenemos como elemento identificativo establecido mediante la ley 8/1984.
Que es mejor que suene la Muixeranga, pieza preciosa y muy valenciana, que tradicionalmente el nacionalismo ha utilizado como alternativa al Himno oficial, sencillamente porque éste en su primera estrofa habla de «Ofrenar noves glóries a Espanya».
Compromís y CS en Moviment tienen secuestrada a la Alcaldesa, mientras campan a sus anchas por las dependencias municipales, incluida la azotea. Así es imposible que la alcaldesa ejerza de pastora y el gobierno municipal se ha convertido en una casa de los líos donde sacan tajada aquellos que utilizan la división como fórmula de éxito en política. Nunca tan pocos, representando a los menos, pusieron en jaque a tantos, que son mayoría.
Nunca unos guerreros culturales, como son Compromís y CS en Moviment, habían sometido desde su trinchera la voluntad de la mayoría de la sociedad; eso sí, con el síndrome de Estocolmo de la alcaldesa.
Es hora de reivindicar un gobierno municipal que lidere buscando el diálogo y el consenso con la sociedad, que permita desde la moderación gobernar para la mayoría de los ciudadanos y no solo para su caladero de votos. Para eso ya solo quedan 20 meses.
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